viernes, diciembre 22, 2006

EL DERECHO A DESOBEDECER

Por Ramsés Ancira


LA "JUSTICIA" italiana le negó a Piergiorgio Welbi la petición de ser desconectado de los aparatos que lo mantenían con vida, a pesar de que tenía una inmobilidad corporal del 99 por ciento, la cual incluso le impedía comunicarse, a no ser por un micrófono amplificador de sus pensamientos.

El médico anestesista Mario Riccio, quien podría enfrentar una pena corporal de 15 años de prisión, administró a Welbi un coctel de sedantes; desconectó el respirador artificial ...y escuchó tres veces las bendiciones del enfermo antes de expirar.

Un tema similar fue tratado en la escena teatral a través de la obra Mi Vida es Mi Vida, que en México fue magistralmente interpretada por Héctor Bonilla. Al final de la representación se preguntaba al público cual era su opinión sobre la eutanasia, la mayoría de las veces se daba como respuesta el derecho inalienable del individuo sin esperanzas, a decidir cuando deseaba terminar con el sufrimiento.

Mario Riccio, de 47 años, no le teme a la cárcel, por la que clama el partido, dizque socialcristiano, de Italia.

Lo que hizo el médico italiano no solo merece el respeto de los humanistas del planeta entero, sino su admiración y aplauso.

En Italia, como en México, el proclamarse defensores de la vida y la moral ha resultado un excelente negocio.Precisamente fueron los supuestos democratas cristianos los que apresuraron la muerte de uno de sus líderes, Aldo Moro.

En el sexenio pasado, los atacantes de la eutanasia obtuvieron millonarios recursos a través de organizaciones no gubermanentales financiadas por el Estado.

Ahora mismo, con la Secretaría de Salud, Felipe Calderón, ha pagado las complicidades de un sector del panismo que satanizó a la izquierda para allanar la conservación del poder.

Para los defensores del Status Quo, siempre hay argumentos "legales" y "morales" para impedir el cambio, como ocurre con los que culpan de la muerte de los desahuciados a los distribudores de medicinas.

Una batalla similar ocurrirá cuando los perros de la política, generalmente mantenidos con huesos lanzados por los grandes corporativos, discutan la posibilidad de nuevos actores en la televisón abierta.

Dirán que no hay espacio, que es imposible.

Lo cierto es que como el médico Riccio, la sociedad tiene todo el derecho a protestar y desobedecer cuando sea obvia y de urgente resolución la resistencia a la imbecilidad. El Gobierno no siempre tiene la razón. No la tiene al enviar a prisiones de alta seguridad a los adversarios políticos, no la tiene en mantener en prisíón por un sexenio a los hermanos Cerezo, cuando no hay ninguna prueba de su particiopación en la colocación de petardos en cajeros de bancas trasnacionales; se equivoca cuando veja a los prisioneros de Atenco y a las mujeres de Oaxaca; se vuelve a equivocar cuando consiente el uso faccioso del espacio aéreo nacional para transmitir señales calumniosas y ataques personales.

La dignidad no tiene precio y la sociedad mexicana tiene en el médico italiano Mario Riccio, un ejemplo a seguir.