domingo, marzo 11, 2007

La Columna Oblicua
(Cuento)

Tanque de vacío
Por Rodrigo De Sahagún

QUIQUE puede ver a la distancia un Grand Marquis negro doblando la esquina; es ella, es jueves, en rigor es el día en que carga gasolina. Sale de ese gran automóvil mientras se dejan mostrar las carnosas piernas que adornan un vestido rojo y tacones altos del mismo color. El viento hace bailar su cabello negro como la crin de una potra zaina; se quita los anteojos, y deja descubrir la verdosidad al pestañear. Enrique contempla con lentitud cada movimiento, es la sonrisa más seductora que él ha visto en su vida, lo absorbe, casi diluyéndolo.
La mujer lo saluda, cerrándole un ojo, ella camina con ritmo cadencioso hacia la tienda, pues también es de rigor que compré una botella de agua.
La ansiedad de Quique llega a su límite, ya no puede más; aquellas madrugadas sin dormir, pensando en esas piernas torneadas, aquellas nalgas y senos hechos por las manos de algún Rodín.
Su pensamiento se altera, los complejos afloran, hace años que no sentía lástima ni vergüenza por él, no lo experimentaba desde que conoció a su esposa, pero entonces era un joven inquieto. Ahora ya no es lo mismo, tiene cuarenta y ocho años y, aunque vive debidamente, siente que la vida se le escapa entre la familia y el estrés de la ciudad.
Sabe lo difícil que es intentar conocer a aquella mujer, el tan sólo compartir el aliento es impensable e imposible inspirar a tener una conversación con ella. Nunca despertará oliendo el aroma a jazmín que destila la trigueña piel de la chica del Grand Marquis; nunca verá el cigarrillo consumirse entre sus carnosos labios rojo carmín después de hacerle el amor. Es suficiente para el hombre excitado; morirá sin poseerla y eso lo trastorna.
Con un movimiento brusco saca la manguera del tanque de gasolina depositándola en la bomba, poco a poco se despoja del overol hasta la cintura, con pequeños pasos se acerca al automóvil; sigilosamente saca su pene erecto, mientras la mira a través del ventanal de la tienda. Lo desliza con lentitud dentro de la boquilla del tanque hasta meterlo por completo. Mueve el auto de lado a lado con un movimiento leve, rítmico, observándola.
Extasiado, olvida su entorno, fija la vista en ella, su mente se ha nublado y cada vez se mueve con más cadencia. Los transeúntes son ajenos de aquel acto de faquir.
Ella sale sin darse cuenta del nuevo servicio que le están dando a su coche; en el camino tropieza con un lavaparabrisas que tira su botella de agua. En su catarsis, Quique decide que ya es suficiente.
Al intentar sacarlo, el pene se atora; está hinchado por los tóxicos de la gasolina que había alrededor de la orquilla del tanque y crea un vacío dentro de éste, sujetando a Quique y su miembro con gran fuerza. La mujer se acerca ya con la botella de agua en la mano; el sube y baja de sus caderas pronunciadas es hipnótico. El vestido es sólo la cubierta del delicioso cuerpo que detalla una silueta exacta.
Un rechinido de llantas distrae la bella visión. Sale un tipo armado de una camioneta derrapante. Con fuerza, toma del brazo a la mujer, sometiéndola ante la mirada inútil de la gente. El hombre le pide las llaves, ella pide ayuda con un grito, pero es callada de una bofetada, casi noqueándola. Quique intenta moverse pero su pene sigue succionado por el tanque.
El asaltante recibe las llaves, corre hacia el auto empuñando su pistola calibre 45. Sin ver a nadie sube al Grand Marquis y lo arranca.