domingo, octubre 15, 2006

EDITORIALES DIARIO LIBERTAD
(www.diariolibertad.org.mx)


Histeria e Idolatría Guizariana


A Rafael Guízar y Valencia, quien fue declarado el sábado pasado por el jefe del Estado Vaticano, el papa Ratzinger, se le han atribuido ya una miríada de milagros.

Y según consigna el diario veracruzano Notiver, hasta exorcismos, levitaciones y otros sucedidos sobrenaturales se le atribuyen al nuevo santo, quien fue obispo de Xalapa, Ver.

Señálese que el Vaticano considera que el mero hecho de que el cadáver de Guízar y Valencia no haya sufrido deterioro es ya "milagroso". No se sabe quién hizo ese milagro.

O, acaso, fue el propio San Rafael quien, aprovechando sus dotes milagrosas, se hizo así mismo, ya muerto, el milagro de preservar su propio cadáver para la posteridad.

Lo asombroso de este caso es que, en el tercer milenio de nuestra era --o después de Cristo--, el fanatismo y la superstición prevalecen.

Además de esa prevalecencia, la religión organizada con fines de lucro y políticos --el Vaticano-- incurre en un grotesco comercio de la santificación de Guízar y Valencia.

Según relata a la prensa uno de los postuladores de la santificación de Guízar y Valencia, el sacerdote Rafael González, los milagros de aquél "son comprobados".

Por supuesto que el cura González no ha aportado a los medios de difusión esas comprobaciones de los citados milagros, principalmente en la región de Xalapa, Veracruz.

También informa el aludido cura que en la catedral xalapeña se reciben diariamente centenares de reportes de milagros, exorcismos y levitación de personas y cosas.

A esas manifestaciones de fanatismo y superstición se adhieren otras: la erección de estatuas y bustos a Guízar y ponerle su nombre a calles, parques y plazas.

Estas manifestaciones emanadas de la propia iglesia católica en Xalapa contribuyen a acentuar la histeria colectiva, secuela de una dominación cultural de México.

Esa dominación cultural de la psique mexicana tiene, como sabríase, expresiones materiales, las cuales explican las enormes riquezas y el poder político del Vaticano.

Así, la beatificación y canonización de mártires y otros mexicanos de milagrería es un gran negocio para la iglesia y no pocos empresarios grandes, medianos y pequeños.

Inclusive, la propia Virgen de Guadalupe no se ha salvado, como icono religioso, de esa rampante comercialización que hace la iglesia. Ha vendido inclusive a esta imagen.

Tocante a los increíbles milagros, exorcismos y levitaciones atribuidos a Guízar y Valencia es de hacer notar que el recién santificado tiene un campo limitado de alcance

En efecto. Hace milagros Guízar sólo a particulares. Hasta ahora no ha podido o no ha querido, allá en el mundo etéreo, hacer milagros sociales. Acabar con la pobreza, por ejemplo.

Así es. La milagrería --que incluiría exorcismos y levitaciones y la incorrupción del cadáver de Guízar-- no tiene por meta resolver los problemas de México.

Esto son terriblemente agudos, lacerantes, monstruosos y preocupan al poder formal y al poder fáctico --el de la iglesia--: desigualdad, injusticia, iniquidad e impunidad

Esos son problemas nacionales, aunque el ámbito de Guízar es local, presumiríase, pues se circunscribe al ámbito del obispado xalapeño. Los problemas sociales son mayores.

Pero es de subrayarse, como referencia, que los milagros de este nuevo icono religioso lisa y llanamente no incluyen recobrar la salud social de esa región, tan deteriorada.

Por otro lado, la ciencia explica con objetiva lucidez los casos de milagros atribuidos a los ídolos de la iglesia, muy distintos de otras religiones que ésta considera paganas.

Explica la ciencia la incorrupta condición del cadáver de Guízar, lo cual destruiría mediante pedagogía fanatismos y supersticiones que estrujan en sus garras a México.

Y explica la ciencia los milagros. El poder psicológico de la convicción. Es hecho probado que muchas males se curan cuando el paciente está muy convencido de que se curará.

A esa histeria han contribuido también los medios de difusión y, desde luego, el sistema de escuelas privadas de México. Ambas instituciones fomentan fanatismos por negocio.




Propiedad Intelectual

Hemos descubierto en Diario Libertad que los editoriales aparecen publicados bajo autoría de terceros en otros medios difusores tanto digitales como impresos.

Ello constituye un delito grave, tipificado como plagio por las leyes atañederas a la propiedad intelectual, y objeto de sanciones inclusive penales.

Esos plagiarios se aprovechan alevosamente de que los editoriales en Diario Libertad no suelen llevar firma de sus autores, para tomarlos para sí y publicarlos.

Acerca de este asunto es antiquísima práctica periodística que los editoriales de periódicos impresos --y hoy digitales, como Diario Libertad-- no lleven firma de autor.

Esa práctica tiene su razón de ser: el editorial recoge el sentir del periódico y no la de un individuo. Es el parecer reflexivo de la empresa acerca de temas públicos y sociales.

Este asunto --que es preocupante, aunque susceptible de ponderada denuncia judicial por Diario Libertad-- tiene cierto parentesco con el uso de pseudónimos.

Por supuesto, los editoriales de cualquier periódico pueden ser --y son-- reproducidos por otros órganos difusores, pero identificando el origen y dándole crédito a la publicación originaria. En el sendero del peje se retoman nuestros editoriales y se les da crédito.

Muchos periódicos en todo el mundo recurren al pseudónimo, sobre todo en aquellos asuntos de carácter polìtico o de cotilleo de la política, la farándula y notas sociables.

Empero, existen reglas escritas y no escritas acerca del uso del pseudónimo. La regla principal es una de conciencia: Tener conciencia que el pseudónimo equivale a anonimato.

Y anonimato es, en no pocos sentidos, alevosía y ventaja y roza los lindes de la premeditación en aras de informar con mayor amplitud y libertad al lector.

Esos méritos --los de informar con mayor amplitud y libertad al lector-- son indudables, pero exaccionan un costo al periódico impreso o digital: el de desinformar.

Y un costo agregado suele ser, no huelga subrayarlo, de la erosión de credibilidad y confianza de los lectores en el periódico impreso o digital. Esos son valores muy apreciados.

No hay director de periódico en el mundo que no enfrente cada día ese dilema, el de usar o no artículos escritos bajo pseudónimo. Las reglas escritan son rebasadas por el hecho.

Y las reglas no escritas --las discrecionales, de criterio y de sentido común-- distinguen con mayor nitidez que las escritas las limitaciones éticas del uso del pseudónimo.

Si bien un editorial sin autoría pública no incurre en anonimato --es la voz del periódico--, el pseudónimo es una tentación al abuso de un poder que se tiene sobre el lector.

En cierta medida es el poder sin contrapesos ni constreñimientos reales que otorga una forma de anonimato --el camuflaje o el disfraz-- al autor de escritos de ese estilo.

Ese poder tiene un equivalente moral en las acciones de un funcionario público --cualesquieran que sean sus niveles y jerarquías-- sobre un ciudadano sin poder. Es abuso.

Y la tentación al abuso es poderosa. En el caso del pseudónimo no sólo es un poder sobre el lector, sino también sobre los individuos acerca de cuyo quehacer se publica.

Sin embargo, no es posible prescindir del todo de esa práctica en el periodismo impreso o digital. La presión es fuerte y, por ello, es difícil cancelarla o prohibirla.

La solución es una de equilibrio se acepta el uso de pseudónimos bajo una vigilancia rigurosísima de contenidos y evitar caer en el abuso de ese poder de la palabra impresa.

Ese poder destruye a individuos. Erradica el honor de una persona, anhelos, sueños, esperanzas. Agravia ánimos, paciencias, conciencias.

Hay periodistas --como el director general de Diario Libertad-- que tienen por regla no escribir cuando están enojados contra alguien o se sienten irritados por algo.

En el uso del pseudónimo la regla no escrita principalísima es la de que el autor tenga conciencia de su enorme poder como autor oculto y del alcance de sus palabras.

Ello devendrá en que el autor del pseudónimo ejerza con honestidad y probidad moral y ética una vigilancia permanente de sí mismo y del alcance de sus artìculos.

Por lo demás, las razones objetivas y subjetivas del uso del pseudónimo pueden ser justificables o no, según se arguya con mayor o menor racionalidad y sentido de equidad.

Las excepciones se definen a sí mismas en el estilo y carácter del escrito que prevean reacciones emocionales y psicológicas y legales de terceros afectados.

En todo caso, la propia Ley de Imprenta, cuya obsolescencia es sólo en la letra, mas no en el espíritu, reglamenta en la práctica el derecho a la difusión.